sábado, 11 de octubre de 2008

REFLEXIÓN NÚMERO 88

REFLEXIÓN NÚMERO 88

                            AMADO HIJO...

El día que este viejo ya no sea el mismo:

Ten paciencia y comprende

         Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.

         Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cando eras todavía una criaturita para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas tus ojitos.

         Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando pequeño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.

         No me reproches porque no quiera bañarme, no me reproches por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo.

         Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.

         Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y como enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia.

         Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de qué estaba hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.

         Si alguna vez ya no quiero comer no me insistas. Sé cuando puedo y cuando no debo. También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.

         Cuando mis piernas fallen por estar cansados para andar....

Dame tu mano tierna para ayudarme como lo hice cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.

         Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y sólo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame.

         Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.

         Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.

Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.

         No te sientas triste, enojado e impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y ayúdame como lo hice cuando empezaste a vivir.

         De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.

Atentamente.

                            Tu viejo. . .

(A la memoria y recuerdo de todos los padres del mundo)

0 comentarios to “REFLEXIÓN NÚMERO 88”

 

Periodismo Paraguayo Copyright © 2011 -- Template personalizado por Mario Velázquez